miércoles, 2 de marzo de 2016

Trompetas de luz.

Saliendo del oscuro redil donde tiernas ovejas pastaban rivera de sangre y hierba de escombro, allí agita el ángel musculado la trompeta de luz, siendo ésta la única en todos los mundos que no se toca con el aire huracanado de sus bocas, solo con agitarla y estremecerla un poco más basta para causar un caos de tímpanos y orejas sangrantes.

Un hombre, Máximo, de rodillas rezando a la Santa Muerte y pidiendo absolución por el acelerado pacto que secundó para obtener una medalla de felicidad la cual nunca logró colgar. Al salir, una ráfaga rápida y cae al suelo ensimismado en el ruido de tan tremendo estruendo. Cientos de miles de millones de casquillos caen a un suelo antes pedregoso, ahora de barro crudo y pantanoso por una lluvia de sangre y encimas sobre un lago negro, no distando éste de muchos kilómetros de ubicación.

Moribundo, Máximo comprueba como tras aquellos potentes cañones se esconden los que él creía que simpatizaban por su causa. Sus caras y sus ojos vaticinaban el torrente de envidia que corría por sus necrosas venas, cobrando estas un morado cardenal, brotando hasta ser el brazo y no parte del mismo. Sus ojos, negros por el odio y por la ira de su infortunio. Contempló ruborizado como uno de ellos con un hacha en la mano golpeó a su compañero de la izquierda que cayó estrambótico con medio, si se le puede llamar cerebro, saliendo de su cuenca y arrastrando el suelo de negritud. Cerebro negro, totalmente fundido, como si más que eso pareciera tinta de calamar que se ha coagulado formando un órgano que guarde relación con un cerebro.

Máximo cierra los ojos, pero su dolor no cesa. Quiere levantarse y sus piernas no le corresponden. Todo su cuerpo se apaga, todo menos sus ojos, que ven espectantes como esos descorazonados que por sus amigos se hicieron pasar, maldecían su yacente cuerpo con su imperiosa lengua llena de calumnias profanas. Las palabras, al salir de la boca de los susodichos, se enterraban en el cuerpo de Máximo con punzante dolor, tanto o más como el que sufrieron aquellos hombres del Apocalipsis acuciados por la sarna de los gigantescos monstruos salidos de ultratumba.

Con todo esto usted señor psiquiatra quiere desenvolver la razón de mi locura para justificar de mis palabras. Y yo, le digo medio enserio medio en broma, si acaso no son ustedes los cuerdos los que están de atar, y no yo, que con mis delirios lo único que hago es perseguir las pocas conciencias que queden, para que se sumen a mi desquiciada locura, y así una reunión de locos perdidos y desahuciados de su pseudociencia podamos transformar la humanidad.