lunes, 21 de diciembre de 2015

Jónico.

¡Qué cuerpo más esbelto!
¡Qué elegancia, delicada!
¡Que poco tienes de seso!
¡Cuánta humildad, aparcada!

Si tu predecesora era ruda,
¡Tu eres soberana culta!
Pero la gente sabia,
se regocija en la hermandad,
y no en la arrogancia,
de seres con vidas amargas.

¡Ahórrate los achaques!
Estos versos son tu conciencia,
pues el vaso ha caido reina,
has rebosado mi paciencia.
¡Cómo puede concentrarse
en una dama tanto engaño y
tanto rencor!

Puede que las trenzas
que peinan tu cabeza,
sean finas, delicadas,
pero en el fondo
son espirales de la nada.

Puede que a lo lejos
te veas bella para ojos carnales,
pero estas podrida y fea
en el interior,
donde solo acceden
las mentes de espirituales.

No pretendas más lamentos,
ya no creo tus mentiras,
no te hagas conmigo la víctima,
deja la palabrería para los parlamentos,
pues la labia princesa,
no es lo tuyo.

¿Qué es?

¿Qué es ese sonido que me persigue?
No me deja descansar, me ahuyenta
de la cama hasta que el ardor me irrite,
hasta que el corazón la paz me quite,
hasta que la diversión se canse,
crucifique el leño al leñador,
y el cielo por siempre
de llover pare.

¿Cuándo vendrá a mi ese regalo?
Lo he encargado, mas éste no aparece,
siendo tarde ya, tengo que partir pronto,
los primeros días apartado en segundo plano,
veo la suerte que trae el número trece,
veo la calma de los minutos,
y el afán desmesurado de los segundos.

¿Quién te dijo que solo estoy?
No por cierto, mas solo parezco,
alguien me acompaña, no se donde,
alguien me cuida, eso con ánimo espero,
alguien se delatará
y me jurará amor eterno,
entonces yo felizmente,
sellaré el pacto con un beso.

viernes, 18 de diciembre de 2015

Dórico.

Paredes colosales, columnarias hercúleas,
no son paredes, no son cabezas áureas
son piernas de toro, que jamás fueron usadas.

Dorios, pueblo ignorante,
fuerte como el hierro macizo,
y negro como el azabache.
En las sienes de tu conocimiento
dieron golpe los dioses olímpicos,
saliendo de tus lumbreras cruel Prometeo,
que la desgracia traería al Mundo,
cual nunca vieron los mares del Egeo.

Rudeza extrema los sentidos agitan,
no puedo soportar otro día
contemplando su dureza
por mucho que me lo pidas.

No soporto sus pesadas cargas,
no puedo soportar el terrible peso,
de su compostura sobre mis espaldas.
Sería irónico querer ahora sustituir,
la belleza mental por la insurrección
de los sentidos, enemiga de la razón,
de los sentimientos sin duda perdición.

No eres tú. anónimo,
no me interesas tu, artesano.
Males y calumnias
provocas a tu prójimo,
no me mientas, ya no vale
que pronuncies todo
lo que ayer te callares.

Columnas que parecen pilares,
No es de mi agrado verte princesa
por aquellos infructuosos lares,
no sea que tu corazón de fresa
destrocen, y que tu aliento de vida
quede para siempre empobrecida,
absorbida en una columna
que en una vida pasada,
fue pilar, desprendió rotura.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

La Huerta

Otoño sombrío desmenuzó La Huerta,
torrenciales de limón, lluvias amarillas.
Soledades que, con su aliento cerca,
congelaron con presto fulgor la hierba,
que a mi entender, picada fue por los cantores.

Arreció el invierno con mensajera
la nieve, caudal blanquecino,
debajo de ella un suspiro.
Tierras azabache de aspecto mortecino,
que un arrendatario cedió a un peregrino,
el cual presto partió a tierras frías,
cogiendo el tren con una caminar decidida,
desapareció en la casta y tupida niebla
                    de la noche.

Una rama, un brote verde entre mortandad,
un hilo de albahaca, verde el tallo del alhelí.
Aquella insulsa Huerta despertaba de la tempestad,
y, poco a poco, la majestuosidad
de tiempos pasados asomaba golpeando
una puerta que, día tras día
su vejez va tapando,
cubriendo su aspecto gris,
pues la entrada ya recupera
              su vigor.

El florecimiento pues, de las amapolas,
de bellos tonos rojos en los límites
de una Huerta que, una vez fue moridero.

Con candado en el último baúl del desván,
ese que no toca nadie, salvo un ingenuo patán
A quien el Otoño colmó de dolores.

Ahí guardadas sus penas decoloran,
al tiempo que las arañas decoran
sus cuatro lados con telas blancas,
en su interior, pálida, sin vida,
se consume una orquídea.

El verano, ahí me detuve,
ahí mi tiempo conoció alegría,
el Sol con mimo trataba mi piel,
me abrazaba con su calor
cuando a sus faldas, yo dormía.

La suerte de los animales,
que en el frío norte sosteníanse,
sonrió pues el verano,
aunque recio, tranquilo,
aunque seco, pasivo,
aunque penetrante, vívido.

Día de la insolencia.

Rugen los cañones al rubor del alba,
suenan las belicosas trompetas al fragor de batalla,
que el día de la insolencia en las plazas se proclama,
de la supinez exaltada emerge bando desalentador.

Maestros que las lenguas del infierno invocan con la mirada,
cual devoran los angelitos cobijados en sus escamas.
La coraza de general y la espada de batalla,
el bastón de mariscal creen los idiotas sostener,
cuando en brisa profana al vuelo sueltan sus injurias,
cuando sus reproches reprobatorios son injerencias injustas.

Cuando el pequeño cobalto que yace en el taburete,
suena silenciado, brilla apagado.
El temblor del suelo anuncia el pasado,
que tumba la puerta sin apenas avisar.

Insolentes armados contra mis sienes pregonan,
las arras de mi nombre con derecho a difamar se creen.

El día de la ignorancia ha llegado, ¡Celebremos!
Las irracionales críticas de los iracundos, ¡Refutemos!
Las lanzas de las víctimas hechas verdugo, ¡Ignoremos!