jueves, 21 de abril de 2016

Pulcro amor irracional.

Dedicado a los amantes y a las mandarinas,
tan dulces los unos como tiernas las otras, ¡que ricas!

A veces reparo en no pensar nada.
Porque si pienso, enveneno mis sentidos.
Pienso y me viene un nombre a la cabeza.
Y no puedo evitar no fijar mi vista en él.

Es tan frugaz que a mi sensibilidad atemoriza,
es tan delicado, que mis entrañas reblandece,
es tan irónico, que mi ser se siente extrañado.

Es una conflictiva relación
la cual mi mente no es capaz de relacionar,
ardua batalla me presentan,
la conciencia y la razón.

Por eso, a veces me gustaría no pensar.
Ser como ese tímido caracol,
que lentamente se ve como se arrastra,
los otros animales le adelantan sin dudar,
pero el sigue arrastrándose.

Porque para él el tiempo no es oro,
no tiene mujer que le espere en casa,
ni obligaciones que atender a la vuelta,
ni trabajo al que asistir religiosamente,
no tiene nada, más que su caparazón,
su baba, y su pequeño corazón.

A veces le veo y le envidio.
Porque nunca adivinará el arte del error.
Luego me doy la vuelta y allí está ella.
Ese nombre de amante doble,
de mandarina que ha perdido su color.

Son como dos personalidades
unidas en un cuerpo no muy grande,
es gracioso que piense en eso,
cuando me planteo no pensar en nada.

Al mismo cielo gritan mis sentidos,
¿será posible no tener que hacer juicios?
Taparse los ojos, arrancárselos.
Para no desprestigiar el mensaje fatuo
del querer.

No me percato de mi estado,
cuando la veo charlando,
como las viejas en el mercado,
tasando los hombres (y las mujeres)
como ellas las gallinas en el puesto del pollero.

Me altera el hecho de alterarme.
De pensar en esa parte de ella y dolerme.
Dolerme porque, he visto su otra parte y me gusta.
Pero me duele que sea más irracional que yo persona.
Me duele el hecho de pensar,
que puede estar muerta por dentro,
como el resto de las flores
que he tenido la desgracia
de oler.

Por eso prefiero no pensar en nada.
No sea, que mientras imagino su perfume
sobre mi almohada,
la verdad como un muro me de un golpe,
cierto es que, hasta merecido lo tendría.

La miro sin buscar sus ojos, y ya tengo miedo.
Temo que, como otras hojas, su corazón esté seco,
que no le agrade, que finja, que piense doble,
que solo me mire como alguien con quien hablar.

Me da choque, sin embargo,
que se fije en mi como yo en ella,
no sabría como reaccionar ante eso.

Entendería que, en aquel momento,
que hasta ahora solo en mi mente acontece,
todos los temores que durmieran en mi,
se despertaran de golpe,
al saber que estoy a un paso de poder decepcionar,
sus más intrinsecas, primitivas, y materialistas
ilusiones.

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