lunes, 5 de octubre de 2015

5 de octubre


Cinco de octubre, las montañas de poniente decaen, el sol tarda en dar su brillo, la impetuosa lluvia derriba las esperanzas de un corazón cada vez más cansado de latir, sin ningún objeto, de latir para nada. Ciertamente, cuando se padecen sentimientos por algo abstracto, algo que parece inalcanzable, como casi todas las premisas de mi mente, mi constante devenir se transforma en caos y desolación; desolación y caos.

Cinco de octubre. Los sedimentos rocosos de mi felicidad se tambalean. Un terremoto de enormes magnirudes: su mirada interesada en otros ojos, sus labios pronunciando palabras en pro de esa persona ajena a todo sentir, ajena a todo padecer, desconocedora del arte de amar. Una persona insulsa, simple, sencilla, una persona sin vivir lo que otros hemos vivido.

Cinco de octubre. En la iglesia del pueblo suenan las campanas del luto. Pues un corazón sangrante ha dejado de marcar el ritmo de la vida. Los pájaros enlazados de negro, entonan la Marcha Fúnebre con sus cantos antes colmados de alegría. Entre los altos cipreses habla mi alma con voz de viento, figura de trueno y luz cegadora, habla sobre los oscuros presagios de un amor que fue cortado de raiz, de una pasión que nunca se llegó a desatar.

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